En el epicentro de la tragedia, mientras familias en Carrillo Puerto lo perdían todo, el hombre encargado de «conducir la gobernabilidad», Eric Gudiño Torres, decidió que su poder servía para algo más urgente que el auxilio: la agresión. Su prioridad no fue la ciudadanía, sino intimidar a un opositor con un acto de acoso discriminatorio, más propio de un patio de primaria que de un Secretario de Estado.
En un acto que pervierte por completo sus responsabilidades, Gudiño, lejos de coordinar o construir, se comportó como un vulgar «porro». Rodeado de su séquito y en plena zona de desastre, emboscó al regidor de Morena, Avse Fernando Flores, para espetarle, en tono de burla, insultos como «chillón». La agresión verbal escaló al sarcasmo más ruin, llamándolo «héroe de Carrillo», una mofa cruel dirigida a quien se encontraba en el epicentro de la tragedia.
La agresión física y verbal fue solo el primer acto. El segundo, perfectamente sincronizado, corrió a cargo del aparato de propaganda oficialista: los llamados “Qromadores”. Lejos de cualquier ética periodística, estos medios afines actuaron como un eco dócil, replicando sin cuestionar la versión del Secretario y lanzando una campaña de desprestigio contra el regidor. Su misión no fue informar sobre la tragedia, sino culminar el linchamiento mediático, asegurándose de que la víctima fuera presentada como el provocador.
Este doble ataque —el físico y el mediático— es una falta de ética y empatía, y además un abandono explícito de las funciones del Secretario. Recordemos que la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo es clara: su deber es «conducir las relaciones» entre poderes. Lo que se vio fue un acto de intimidación que aniquila la cooperación. En lugar de ser un factor de estabilidad, Gudiño se convirtió en un generador de conflicto.
El contraste en el terreno es revelador. Mientras el regidor, según sus declaraciones, gestionaba y operaba bombas de agua para desalojar los domicilios —una solución real—, la respuesta oficial se limitaba a repartir cubetas y a que el Secretario de Gobierno repartiera ofensas.
La imagen es desoladora: el gobernador, recién llegado de Nueva York, supervisaba la zona, pero su operador político estaba más ocupado en una riña personal que en atender la emergencia. Es el retrato de un gobierno que, superado por una crisis anunciada, dada la historia de quejas por la infraestructura deficiente, recurre al acoso y la propaganda como principal herramienta política.
En el momento más crítico, cuando Querétaro necesita estadistas, Eric Gudiño decidió ser un «buleador». Quizás este comportamiento no debería sorprender. Para quienes conocen su trayectoria, esta conducta es simplemente la manifestación pública de viejos antecedentes. Basta con recordar aquel lejano 2005, cuando en plena contienda por la dirección de la Facultad de Derecho de la UAQ, el entonces candidato César “El Chino” García Ramírez expuso la insólita definición que Gudiño impartía en su cátedra. Según la denuncia de la época, el ahora Secretario enseñaba que el Derecho Tributario no era el complejo estudio de los impuestos, sino, simplemente, “el derecho de las tribus”.
Visto en retrospectiva, aquel disparate académico cobra un nuevo sentido y devela a qué tribus pertenece y a cuáles se refiere. Es el preludio perfecto de una carrera política donde el insulto pesa más que el argumento y la provocación tiene más valor que la gobernabilidad.